Sí, se nos quemó el pan. Literalmente.
Y no fue bonito.
Clientes esperando, el horno diciendo «hasta aquí» y nosotros pensando que ese día cerrábamos el chiringuito.
Pero ese día aprendimos tres cosas:
Que los errores no te matan, te enseñan (si los asumes).
Que tener un plan B no es de cobardes, es de listos.
Que cuando la líes, lo importante es cómo respondes.
Ese día no vendimos pan, pero ganamos respeto.
Pedimos disculpas, solucionamos lo que pudimos, e hicimos que muchos volvieran… precisamente por cómo lo gestionamos.
Así que sí: se nos quemó el pan.
Pero también se encendió algo que aún hoy seguimos cuidando: el carácter de la marca.